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Hacen ya dos meses de otra de esas primeras veces que aún son razonablemente frecuentes en mi práctica del kayak de travesía. Gracias a la gentileza de Xabier, constructor naval extraordinario y compañero kayakista de interior y del foro Kayak de Mar, tuve la oportunidad de palear en un precioso (comprobadlo en las fotos, no tenéis que aceptar mi palabra) qajaq de piel-sobre-armazón, estilo oeste de Groenlandia que había terminado recientemente.
El viaje inaugural del qajaq tuvo lugar en Cazalegas, un bonito y no muy lejano pantano (que visitaba por primera vez) y que resultó bastante interesante en el departamento de ver pajaritos. El macho de una pareja de aguiluchos laguneros pareció interesarse por nosotros y nos acompañó durante bastantes ratos y en los sotos de la cola del pantano, el grupo, i.e., Xabier, Juan Antonio (cuyas fotos ilustran esta entrada), Jesús y yo vimos martinetes y garzas imperiales.
Al salir de la inmediaciones de la presa hacía un día de sol brillante, aunque algo ventoso. Según paleábamos el viento fue arreciando, trayendo nubes y levantando un oleaje pantanero de cierta relevancia. Viento y ola de popa, se podría decir, ya que justo por ahí nos llegaban ambos. Al llegar al final de una de las colas del pantano tras algo más de 6 km de paleo, Xabier y yo cambiamos barcos y entré por primera vez en un SOF para llevarlo en el viaje de vuelta.
Me sorprendió la sensación de solidez y robustez que transmitía. Había leído y escuchado abundantemente que los SOF no son barcos frágiles, más bien todo lo contrario, pero por algún motivo no había interiorizado la idea de verdad. Bueno, ahora sí que lo he hecho. Mi primer pensamiento fue una satisfecha constatación de lo estupendamente que conjuntaban mi pala groenlandesa y el qajaq, pero fue rápidamente desplazado por la experiencia de primera mano de lo que un casco en V marcada le hace a la estabilidad primaria (más o menos, matarla, si me fío de mi primera impresión), pero también de como la estabilidad secundaria acude rápidamente al rescate.
Y tan pronto como puse el barco en movimiento, las sensaciones cambiaron por completo. De repente, se volvió muy estable, sin apenas balanceo. Para entonces, el viento que soplaba justo en contra nuestra era ya bastante fuerte, para alegría de unos windsurferos surgidos repentinamente. Teníamos que trabajar en serio para avanzar algo. En esas condiciones, el qajaq mantenía el rumbo como si fuera sobre raíles, pero respondía bien a canteos moderados. Fue también una gran oportunidad de comprobar que, sí, una cubierta de proa totalmente plana significa un viaje mojado incluso si todo lo que atraviesas son olas pantaneras no muy altas.
Disfruté muchísimo esos 6 km de vuelta y pienso que, si hubiera construido el barco yo, el sentimiento hubiera estado peligrosamente cercano al gozo puro. Aún no sé cuando, pero si que sé que algún día tendré que construir un SOF.
jueves, 22 de mayo de 2008
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